El flamenco me despierta una nostalgia de no sé qué tiempo, ya lo sentí en Sevilla. Pero hoy la nostalgia es distinta porque brota de una herida. Escuchar flamenco es sentir en el pecho un dolor que me recorre el cuerpo hasta los ojos. Y el recuerdo es ilusión sobre un escenario sintiendo que esas bulerías podían ser mías... Y la angustia me revuelve el vientre dejándome un sabor amargo que me surca el ceño y me envejece, me apaga, me entristece.
Si quisiera a todo esto darle fin, ya sabría que hacer entonces, escucharía flamenco, hasta morir.