Acabo de entender algo, que a menudo menciono en mis consultas pero que, hoy día de la madre de 2025, comprendí profundamente.
Hay un momento en la vida en que las personas deben entender que el inmenso amor que siente nuestra madre por nosotros no tiene nada que ver con el amor que alguien sentirá por nosotros en la adultez.
Ese amor inicial —protector, constante, incondicional— deja una huella profunda. Marca el modo en que se entiende el afecto, la seguridad y la pertenencia. Y, entonces, puede ser que en el futuro, sea una medida imposible de igualar.
Desde un punto de vista psicológico y astrológico, el vínculo con la madre es el primer modelo de amor que una persona experimenta. Es el amor que enseña qué significa ser cuidado, sostenido, mirado. Pero cuando ese lazo es muy fuerte, puede generar una dificultad emocional: porque se buscará en los vínculos adultos un personaje que repita la sensación de completud que solo una madre puede dar. Así, sin notarlo, estaremos desde una necesidad infantil generando una expectativa imposible de alcanzar.
El desafío entonces nunca fue “reemplazar” el amor materno, sino transformar la manera de vincularse con él. Soltar no implica dejar de amar a la madre, sino permitir que ese amor cambie de lugar dentro de uno. Implica reconocer que la función materna —nutrir, cuidar, proteger— y esto, es lo que no me canso de repetir a mis consultantes, ya no necesita estar afuera, sino que debe habitar en la propia conciencia.
Desde un punto de vista psicológico y astrológico, el vínculo con la madre es el primer modelo de amor que una persona experimenta. Es el amor que enseña qué significa ser cuidado, sostenido, mirado. Pero cuando ese lazo es muy fuerte, puede generar una dificultad emocional: porque se buscará en los vínculos adultos un personaje que repita la sensación de completud que solo una madre puede dar. Así, sin notarlo, estaremos desde una necesidad infantil generando una expectativa imposible de alcanzar.
El desafío entonces nunca fue “reemplazar” el amor materno, sino transformar la manera de vincularse con él. Soltar no implica dejar de amar a la madre, sino permitir que ese amor cambie de lugar dentro de uno. Implica reconocer que la función materna —nutrir, cuidar, proteger— y esto, es lo que no me canso de repetir a mis consultantes, ya no necesita estar afuera, sino que debe habitar en la propia conciencia.
En ese acto de desapego, simbólicamente el corte del cordón, nace la posibilidad de construir un amor adulto: uno basado en la reciprocidad, la libertad y la elección, no en la necesidad de ser protegido o completado.
Amar de forma madura no significa renunciar al amor incondicional, sino aprender a ofrecerlo desde la autonomía.
Por supuesto, estaba claro en mí que la pareja no viene a cumplir el rol de madre o padre, sino a compartir el camino desde otro lugar, sin embargo, reconozco, que siempre tuve la sensación de que nadie me amó tanto como ella, es decir, siempre estuvo la desacertada comparación.
El amor adulto no reemplaza al amor de la madre, dicen que lo continúa y lo expande, porque surge cuando ese amor inicial deja de ser una dependencia y se convierte en una fuerza interna. Y mientras escribo siento que necesito hacer terapia porque al final nunca dejé de ser una niña.
Reflexioné mucho este fin de semana, cuando pensé en todas mis amigas casadas por más de 30 años, en mis amigas solteras, en mí, y en la madurez emocional de las unas y las otras.
Reconocer ese proceso es una prueba de crecimiento emocional. Aceptar que el amor materno fue el primer refugio, pero que en el camino habrá otros más y todos diferentes. Que la vida invita, una y otra vez, a soltar para poder volver a amar —ya no desde la necesidad
Reconocer ese proceso es una prueba de crecimiento emocional. Aceptar que el amor materno fue el primer refugio, pero que en el camino habrá otros más y todos diferentes. Que la vida invita, una y otra vez, a soltar para poder volver a amar —ya no desde la necesidad

