Surgió de desmembrar la "Libretita" que me acompañaba a diario en el bondi. Fijate ¡Qué cambio! De vivir sus días en la oscuridad de mi cartera y ser de papel, pasó de repente a libertar su alma publicándose en el cyberespacio... ¡Qué groso suena Tita!
sábado, enero 14, 2006
LA FABULA DE LA LIEBRE Y EL CONEJO
Había una vez un conejo que vivía en una jaulita. Dentro de la jaulita siempre hubo algún conejito que lo acompañaba. A veces se sentaba en un rincón de la jaula para mirar hacia fuera. Tenía una gran incertidumbre: ¿Qué es lo que habría allá afuera? Sentía que tenía un mundo por explorar y se lo estaba perdiendo. Pero siempre su apego a los conejitos que vivían con él o el temor a no poder aprender a sobrevivir a la soledad del bosque, le provocaban quedarse.
Hasta que un día conoció a una liebre que comenzó a venir a visitarlo todos los días y se hicieron muy amigos. Esa liebre era tan pero tan feliz, que el conejo se preguntaba qué sería lo que la ponía tan feliz. Tenía siempre una sonrisa hermosa, y unos ojos chispeantes. El conejo cada día anhelaba verla, para admirarla y escuchar sus anécdotas, quería ser tan feliz como ella.
- Cuéntame amiga liebre, qué te tiene tan feliz, ¿Es la libertad? ¿Qué hay allí afuera que me estoy perdiendo? ¡Yo quiero ser cómo tu! Enséñame cómo.
Y la liebre le contestó – No todo es lo que parece amigo conejo, yo ya recorrí el mundo, y realmente ahora lo que yo más quisiera es tener una compañera y sentirme amada.
- ¡Pero no seas tonta! – dijo el conejo - ¡Si tienes todo lo que necesitas! Mira tu sonrisa, no se puede ser más feliz, mírame a mí en cambio, en esta jaula... ¿Acaso te parezco feliz?
Y la liebre entonces dijo al conejo – Yo también puedo ser feliz en jaula, no tiene que ver con la libertad. Ya no quiero recorrer el mundo, ahora lo que más quiero es estar cerca de tu jaula.
- ¡No liebre! ¡No digas eso! - exclamó el conejo - ¡Me eliges de compañero cuando te estoy pidiendo que me enseñes el mundo!...
Así fue que una vez más el conejo era compañero de jaula. Se sentía muy querido, y cada vez fue queriendo más y más a la liebre. Pero de vez en cuando se sentaba en un rincón de su jaula como lo hacía antes, para mirar hacia fuera. La liebre también a veces se sentaba a mirar hacia fuera... Pero la liebre a diferencia del conejo, podía pasar largo tiempo haciendo cosas sola y disfrutar solita de ello, y el conejo la miraba perplejo, porque él no sabía hacer cosas solo, quería ser como ella pero no sabía cómo, y entonces le reclamaba atención, porque para él compartir la jaula no era así.
Ambos no fueron felices durante aquel tiempo porque no podían comprenderse. A pesar de quererse mucho mucho, y pasar momentos realmente divertidos, había otros en los que peleaban y estaban enojados.
El conejo siempre proponía, “¡Salgamos de la jaula!” y la liebre se resistía. Hasta que un día la liebre, decidida ella, abrió la puerta de la jaula. El conejo sorprendido asomó sus narices, la miró a los ojos y dijo – ¡Pero liebre! Yo quiero estar contigo ahora, no sé vivir solo allá afuera, cómo voy a hacer? Enséñame!
Y la liebre que alguna vez había leído una frase que decía “Si amas a alguien déjalo libre...” (¡CHAN!) dijo – Cone, tu debes salir a conocer el mundo, si siempre fue lo que quisiste, pues vé, yo ya sé sobrevivir allí, disfrútalo y... quizás algún día volvamos a encontrarnos, y descubramos que tu te has vuelto un poco liebre* y yo un poco conejo*.
(*) Las liebres por las costumbres sociales, no son tan gregarias como los conejos.
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